La huella es siempre huella finita de un ser finito. Puede por tanto desaparecer ella misma. Una huella imborrable no es una huella. La huella inscribe en sí misma su propia precariedad, su vulnerabilidad de ceniza, su mortalidad. He intentado sacar todas las consecuencias posibles de este axioma tan simple, en el fondo. Y hacerlo más allá o más acá de una antropología e incluso de una ontología o de una analítica existencial. Lo que digo de la huella y de la muerte vale para todo «ser vivo», para los «animales» y los «hombres». 

DERRIDA

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